Nos
vimos
por
casualidad,
¡Dios
mío!
Que
fatalidad
no
podía
reconocer
el
que
fue
mi
gran
amar
no
lo
podía
creer,
después
de
mirar
y
mirar
te
acercaste
muy
despacio,
como
para
sujetarte
en
mi
me
tendiste
la
mano
y
no
si
era
ella
o
era
yo,
pero
algo
temblaba
allí
tus
cabellos
con
lo
que
tanto
jugué
negros
como
la
noche
sin
luna,
eran
blancos
como
el
papel
el
fulgor
de
tus
ojos
verdes,
en
que
tanto
me
mire
están
pardos,
inexpresivos,
como
despidiendo
el
ayer
tu
rostro
que
tanto
acaricie,
terso
como
una
flor
estaba
lleno
de
surcos,
dios
mío
que
impresión
tu
cuerpo
que
era
como
un
cimbel,
que
tanto
abrace,
estaba
encorvado
y
hundido,
que
pena
la
vejez
tan
sensual
y
juguetona
tu
boca
que
para
mí
fue,
era
solo
una
raya
mal
trazada,
insegura,
no
podia
ni
musitar
tus
manos
que
tanto
me
acariciaron
con
las
que
tanto
goce,
no
paraban
de
temblar
y
yo
ahí
me
asuste
tu
voz
aterciopelada,
cuantas
veces
me
halagó,
apenas
salia
de
la
garganta,
no
podía
oírla
yo
no
quería
examinar,
tanta
y
tanta
destrucción
que
el
paso
de
los
años
te
había
dejado
a
ti
nos
despedimos
sin
casi
decir
adiós
con
una
pena
en
el
alma,
que
me
la
partió
en
dos
las
lagrimas
me
iban
brotando
y
no
podía
creer
el
estrago
que
los
años
va
dejando
en
nuestro
ser
pero
al
girar
una
esquina,
me
refleje
en
un
cristal
y
mirarme
yo
allí,
comprobé
con
gran
terror
que
todo
lo
que
en
ti
había
visto,
lo
tenia
igual
yo